A finales de los años setenta, la Unión Soviética era una potencia de primer orden. No sólo le había disputado durante décadas a Occidente la hegemonía mundial, sino que todavía pretendía implantar a escala planetaria un nuevo modelo económico y social: el Comunismo.
Apenas una década más tarde, el Estado soviético y el Imperio que sustentaba, que se había expandido a lo largo de siglos, entraron en una crisis irreversible. Desaparecieron a finales de 1991, desmembrándose en 15 repúblicas independientes. Sus poblaciones, lejos de mejorar sus precarias condiciones de vida, se vieron en su mayoría asoladas por una terrible catástrofe moral, económica y social. Entre los nuevos países surgieron además numerosos conflictos, que con frecuencia derivaron en guerras abiertas. Algunas de ellas perviven en la actualidad, constituyendo una seria amenaza para la paz mundial.