Existe una Filosofía de la ciencia. En cambio, no tiene sentido una Ciencia de la filosofía, porque el interrogante filosófico sobrepasa los límites que separan las fronteras de cada ciencia, y reabre la discusión acerca de la utilización de los conocimientos científico destinados, muchas veces, a fines opuestos. Una ciencia con pretensiones de convertirse en «ciencia valorativa», destinada, por tanto, a institucionalizarse como finalidad y «norma de la acción», no sería otra cosa que una contradicción: el conocimiento científico no se puede sustituir por los métodos propios de las valoraciones que implican el ejercicio de libertad, a partir de la cual se interpreta el yo. La filosofía «encuentra su realidad en la comunicación»; se realiza en el espacio dialógico que se da en la relación entre comunicar-escuchar, estimulando la capacidad de apertura a la sorpresa, característica de la infancia. Reactiva, en consecuencia, dicha facultad que se revela en la formulación de una serie inagotable de «¿porqués?». «La primera impresión frente al mundo? suscita precisamente asombro».