El pensamiento jurídico ha evolucionado históricamente en estrecha conexión con los procesos sociales, reflejando -y al mismo tiempo modelando- las transformaciones ideológicas, culturales y estructurales de cada época. Las teorías jurídicas, los roles de los operadores del Derecho y la propia cultura jurídica no son elementos neutros ni inmutables, sino productos activos de su contexto. En este sentido, el Derecho no puede entenderse como un objeto cerrado de conocimiento, separado de la realidad social que lo condiciona y que, a su vez, transforma. Solo mediante una mirada que reconozca esta interacción constante entre lo jurídico y lo social es posible aprehender el fenómeno jurídico en toda su complejidad.