En 1978 nuestro ordenamiento jurídico daba un vuelco radical con unas pocas palabras ?todos somos iguales ante la ley?, consagradas en la Constitución. Se acababan así muchos siglos de desigualdad entre mujeres y hombres, especialmente intensa durante los cuarenta años de dictadura. O eso parecía. Pero del dicho al hecho hay un buen trecho. No bastaba con palabras. No basta decir que somos iguales para que realmente lo seamos.