Se dice que las palabras públicas han perdido valor, que la verdad y la mentira son ya indistinguibles: vivimos envueltos en el ruido, implacablemente sometidos a la interacción comunicativa electrónica. Al mismo tiempo, se reivindica sin pausa la libertad política de hablar o de callar, pues solo voluntariamente, sin coacciones, se emiten las mejores palabras. Quién sabe, sin embargo, si lograrán hacerse oír.
¿Es posible preservar las palabras íntimas de la vulgarización pública? ¿Qué circunstancias favorecen el surgimiento y la transmisión de las mejores palabras? ¿Qué tipo de actividad es la escucha? ¿Cuándo conviene el silencio y cuándo está justificado gritar? ¿Quién está lo bastante seguro para poder reírse de casi todo?
En este ensayo se recorren circunstancias públicas y privadas de despliegue de la palabra sin tutelas externas; ocasiones en las que la palabra es ahogada y reprimida, pero también otras en las que aún alienta la humanidad. En la casa se aprenden los rudimentos del habla y se manifiesta su finalidad primordial, el cuidado y la inclusión en una comunidad lingüística y moral. En la escuela se disciplina a las palabras y se las articula a partir de un modelo de conversación racional orientada a la búsqueda colectiva de la verdad...