Escribió Jean Amèry que la tortura es el acontecimiento más atroz que un ser humano puede conservar en su interior. La tortura no es un crimen convencional. Quienes han sobrevivido para contarlo apuntan a una experiencia que despoja a la víctima de la confi anza en el mundo. El tipo de crueldad que conlleva la tortura no sólo afecta al cuerpo y la mente, sino que repercute en nuestra singular ontología y al relato que podemos hacer sobre nosotros mismos: de la tortura no se regresa siendo el mismo. El tipo de lesión que implica la tortura va más allá del sufrimiento físico o mental para alcanzar los fundamentos sociales de la democracia y del propio Estado de derecho. En la época en la que la razón exhibió sus mayores logros, Voltaire afi rmó con optimismo ilustrado que nunca más habría tortura judicial en Europa. Sin embargo, doscientos años después, episodios de horror inenarrable dieron lugar a la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Hoy un extraño paradigma de excepcionalidad ha permitido no sólo imágenes como las de Abu Ghraib o Guantánamo, sino la aceptación de un debate tan inmoral como malsano. Este libro aborda el concepto de tortura desde una triple dimensión, de un lado intenta una conceptualización normativa más allá de la estrechez del marco jurídico convencional, de otro ofrece un cuadro centrado en los hechos, fi nalmente integra una serie de refl exiones de tipo cultural de acuerdo con la convicción de que tanto el arte como la literatura pueden echar luz allá donde el derecho no alcanza.