Prólogo
1. Introducción: algunos presupuestos conceptuales
2. La iglesia entre dos imperios
3. Los Tria Munera en la Iglesia imperial
4. La primera respuesta a la herejía
5. De la traslatio al ius commune
6. La herejía en el contexto bajo-medieval
7. Confesión, formación y persecución de la herejía hasta el surgimiento de la inquisición
8. La respuesta orgánica a la herejía inocencio III y el IV concilio lateranense (1215)
Las grandes épocas de reforma en la Iglesia, tradicionalmente, han supuesto una necesidad de profundización a todos los niveles -no sólo desde el punto de vista dogmático- que han tenido como resultado la formulación, cuando no la redefinición, de los aspectos que habían sido objeto de controversia. Esa puesta en discusión constante ha acompañado siempre el navegar de la Barca de Pedro, que ha visto como surgían aquí y allá tempestades que la zarandeaban a babor y a estribor, a veces sin más motivo que la comprensión errónea de un criterio y otras, por qué no decirlo, porque acaso su rumbo andaba algo perdido. Fue el primer milenio el que vio florecer con mayor asiduidad las interpretaciones equivocadas del depósito de la Fe -las herejías como tales- con toda probabilidad porque aún no había sido plenamente comprendida la Revelación, quedando para el segundo milenio -y para este que ahora comenzamos- los problemas que solemos calificar como cismáticos. Sin embargo, aunque no vivamos ahora en un momento dorado de las herejías -probablemente porque desde el Concilio de Trento el panorama cambió completamente- sí lo es de la recuperación de un espíritu de necesario replanteamiento de determinadas cuestiones, que acaso podían parecer resueltas, pero que su presencia constante en el imaginario popular nos hace ver que la eficacia de las explicaciones dadas no ha sido tal...