¿Por qué debes leer este libro?
Nunca fui un estudiante brillante. No destacaba por mis calificaciones ni por mi memoria prodigiosa. Y, sin embargo, aquí estoy, ejerciendo como abogado desde hace más de 30 años. No porque la universidad me preparara para ello, sino porque descubrí lo que realmente se necesita para ser un buen abogado: habilidades que no se enseñan en las facultades de derecho.
Cuando terminé la carrera, me sentí perdido. Sabía de leyes, sí, pero no tenía ni idea de cómo enfrentarme a un juicio, cómo persuadir a un juez, cómo interrogar a un testigo o cómo conectar con un cliente. Mi primer alegato en Sala fue un desastre. Con las manos temblorosas y la voz quebrada, me aferré a mis folios escritos, bajo la compasiva mirada de Su Señoría. Nadie me había enseñado cómo manejar los nervios, cómo estructurar un discurso o cómo defender con convicción.
Fue entonces cuando entendí que el conocimiento no sirve de nada si no sabemos transmitirlo. La verdadera clave de la abogacía no está solo en las leyes, sino en la capacidad de comunicar, de influir y de emocionar. Con el tiempo, aprendí que un buen abogado necesita tres cualidades fundamentales: humanidad, humildad e interés. Y que, para ejercer con eficacia, debe dominar tres pilares esenciales de la comunicación: el mensaje, la forma de expresarlo y la empatía con su auditorio...